03 octubre 2008

Vecindario

Los vecinos son esas personas con las que te cruzas cuando entras o sales de tu casa y con las que puedes mantener emocionantes conversaciones sobre las condiciones climatológicas que hacen actualmente, que hicieron el finde pasado o que harán el finde que viene. Eso suele ser lo normal. En ocasiones puede que tengas más relación con algún vecino, o vecina, y los derroteros de las conversaciones del ascensor alcancen temas tan dispares como el fútbol o las ofertas del súper de al lado.

Pero hay otros vecinos que, ya sea por razones morales o porque son unos mohínos, deciden que su estatus social es tan superior al tuyo que directamente pasan de saludarte. La educación es una faceta de la vida que a día de hoy se ha relajado bastante, probablemente porque ya no se corre el riesgo, a diferencia de hace unos siglos, de acabar con un palmo de acero clavado en el pecho por un "quítame de allí esas pajas".

En mi época adolescente conseguí, no sin esfuerzo, que sólo dos vecinos de un total de cuarenta y cuatro me saludaran. Y no porque yo no tuviese educación, sino porque en el plazo de dos años conseguí cruzarme con todos ellos de madrugada, cuando ellos salían a trabajar y yo regresaba al hogar en un estado poco menos que deplorable. Yo seguía saludándolos, pero ellos huían de mí por las escaleras como si fuese un leproso. En esos años entendí cómo debe de sentirse un vendedor de enciclopedias.

No obstante, uno es terco y sigue saludando. De hecho, y conociendo el asunto, encuentro cómicas ciertas situaciones en las que saludo dos y hasta tres veces, cada vez subiendo más el tono de voz, hasta que consigo que murmuren un "hola" que a duras penas escucharían el cuello de sus camisas. Me divierte pensar que quizá consiga que sientan vergüenza, aunque es evidente que me engaño, porque alcanzada cierta edad ya no sienten vergüenza por sus actos ni los obispos ni los banqueros.

El caso es que pensaba que con mi independencia y mudanza cambiarían las cosas, porque conviviría con vecinos que no han visto mis luchas nocturnas con la llave del portal. ¡Qué equivocado estaba! Mi vecina de al lado, sin conocerme de nada, ha superado todas mis expectativas escondiéndose en las escaleras pensando que no la veo, y subiendo en el ascensor cuando ya he alcanzado mi vivienda. Teniendo en cuenta que es soltera, tiene un dúplex y un deportivo en el garage, lo que más me molesta no es que no me salude, sino que después de un año todavía no he podido cenar con ella.

Supongo que el tema no tiene pinta de mejorar cuando, un jueves cualquiera por la noche, uno tiene al mismo tiempo la lavadora centrifugando en la cocina, la música a todo trapo en el salón y el cabecero de la cama golpeando contra la pared. No obstante todo se pega, y si algo he aprendido estos años de mis vecinos es a no tener ni pizca de vergüenza.

1 comentario:

Ros dijo...

es usted un crack... y yo creo que aquí había dejado algo ya