19 diciembre 2007

Extraños universos

Si aquel libro me pareció una obra maestra, éste no sabría catalogarlo. Llevo 60 páginas y me quedo corto al afirmar que es absolutamente espectacular.

Lean, lean...

-----------

Extracto, páginas 56-57, primera edición de La Factoría de Ideas.

- ¿Quién de ustedes es Al Hammond? - preguntó Runciter consultando sus papeles.

Un negro muy alto, demasiado alto, de hombros caídos y expresión amable en el rostro alargado hizo un gesto para identificarse.

- No tenía el gusto de conocerle - dijo Rucinter consultando su expediente -, aunque, siendo usted el más destacado de nuestros antiprecos, debería haber tenido más de una ocasión. ¿Cuántos antiprecos más hay entre ustedes? -. Se alzaron otras tres manos -. Ustedes cuatro van a beneficiarse en grado sumo de la oportunidad de conocer y trabajar con el más reciente descubrimiento de G. G. Ashwood, la señorita Conley, que tiene un nuevo sistema de neutralizar precos. Quizá la misma señorita Conley tendrá la bondad de describírnoslo -.

Señaló a Pat con un gesto de la cabeza...

... y se encontró de pie ante un escaparate de la quinta Avenida. Era el de una tienda de numismática y estaba observando detenidamente un dólar de oro, preguntándose si podría permitirse añadirlo a su colección. "¿Qué colección?", se preguntó desconcertado. "Si yo no colecciono monedas. ¿Qué hago aquí? ¿Y cuántas horas llevo mirando escaparates cuando debería estar en mi despacho supervisando... supervisando...?" No podía recordar lo que supervisaba. Era un negocio de algún tipo, que tenía que algo que ver con gente dotada de algunas habilidades particulares. Cerró los ojos, tratando de concentrarse. "No, tuve que dejarlo el año pasado por culpa de un infarto", recordó. "Pero estaba allí, en mi despacho, hace unos pocos segundos, hablando de un nuevo proyecto con un grupo de gente". Cerró los ojos. "Ya no está", pensó confundido. "Lo que yo levanté ya no está". Abrió los ojos y se vio de nuevo en su despacho. Ante él estaban G. G. Ashwood, Joe Chip y una muchacha morena, intensamente atractiva, cuyo nombre no recordaba. Por razones que no alcanzaba a comprender, le sorprendió que no hubiera nadie más presente.

- Señor Runciter - dijo Joe Chip -, le presento a Patricia Conley.

- Encantada de conocerle al fin, señor Rucinter - dijo la muchacha. Soltó una carcajada y sus ojos lanzaron un destello exultante. Runciter no sabía por qué.


No hay comentarios: